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Agricultores amazónicos miran al pasado para nuevo modelo

Bolivia

En 1957, un geólogo estadounidense de la Shell llamado Kenneth Lee estaba en un vuelo de estudio sobre el departamento del Beni, en la Amazonia boliviana, cuando divisó lo que parecían ser los restos de una civilización altamente sofisticada en la sabana tropical que se extendía abajo. Observando por la ventana de su avión, vio los contornos de lo que pensó habían sido una vez campos agrícolas elevados e inmensos canales de agua. Pasmado, se embarcó en años de investigación arqueológica sobre el terreno para documentar su descubrimiento.

La mayoría de los arqueólogos se negaron a tomarlo en serio. Dijeron que los suelos de la gran sabana amazónica de Bolivia eran demasiado pobres y ácidos y las inundaciones estacionales demasiado extremas para mantener nada más que a cazadores-recolectores o sociedades aldeanas diminutas. La vindicación llegó en la década de 1990. Investigación realizada por el antropólogo Clark Erickson de la Universidad de Pennsylvania y otros parecieron confirmar la existencia durante siglos en la sabana, llamada los Llanos de Moxos, de una cultura tan altamente desarrollada en algunos aspectos como la de los aztecas y los incas.

El descubrimiento de Lee ha hecho más que ayudar a revisar los puntos de vista sobre el pasado. También ha dado a luz un prometedor modelo de agricultura para el futuro de esta región. Desde 2008, varios cientos de familias del Beni han adoptado técnicas de uso del suelo y de cultivo muy similares a las de los pueblos moxos, produciendo resultados espectaculares. Las familias no sólo cultivan una amplia variedad de cultivos durante periodos de inundaciones y sequías extremas. Han triplicado su producción y sus ingresos. “Las tecnologías de los moxos, mejoradas con métodos modernos, aseguran que los agricultores puedan cultivar sus productos durante todo el año y mejorar dramáticamente su nivel de vida”, dice Óscar Saavedra, agroecólogo boliviano que ha sido pionero en introducir sus propias adaptaciones modernas del sistema de los moxos.

Muchos expertos dicen ahora que la sabiduría de los moxos, que habitaron el Beni desde alrededor de 1000 aC hasta 1400 dC, podría impulsar la seguridad alimentaria y la prosperidad de los agricultores amazónicos en Bolivia y otros países y ayudar a contrarrestar los efectos del cambio climático. El reconocimiento ha llamado la atención de los financiadores. Los gobiernos de Bolivia y Holanda y la municipalidad de Trinidad en el Beni han aportado en conjunto más de US$1 millón a la causa desde 2008. Han financiado a Oxfam, su socio local —la Fundación Kenneth Lee—- y la no gubernamental Amazonia Sostenible de Saavedra para ejecutar proyectos piloto que resucitan las prácticas agrícolas de los moxos.

Dice Róger Quiroga, coordinador de Oxfam en Bolivia para la reducción de riesgos y la adaptación al cambio climático: “El sistema de los moxos resuelve las dos grandes cuestiones de la Amazonía, la sequía y las inundaciones, justo ahora que las inundaciones están empeorando”.

El sistema es simple. Los campos elevados, o camellones, se construyen sobre montículos de tierra por encima del nivel de inundación y se rodean de canales que protegen las semillas y los cultivos de ser arrastrados durante la temporada de lluvias de noviembre a mayo. Los agricultores crían un pez similar a las pirañas conocido como tambaquí (Colossoma macropomum) en los canales, lo que ayuda a aumentar el suministro de alimentos, y cultivan una planta acuática conocida como tarope (Eichhornia azurea) que purifica el agua y constituye un excelente fertilizante orgánico cuando es compostada. Cuando llega la estación seca, los canales de agua son aprovechados para irrigar los campos.

La antiquísima tecnología todavía funciona, dice Saavedra, sacando partido de las aguas de inundación para beneficio de los agricultores en el periodo entre temporadas de lluvia. “Los agricultores de esta región típicamente cultivan arroz, maíz, yuca y plátano a lo largo de los ríos, donde está el suelo fértil”, explica Saavedra. “Pero cuando las inundaciones son extremas, estas se llevan los cultivos. Los camellones, por el contrario, están por encima del nivel de inundación. Con ello, los agricultores pueden producir sus cultivos de forma segura durante todo el año y cosechar tres veces al año, y no solo una vez, como hace la mayoría de gente. Pueden ir más allá de la producción tradicional y sembrar cultivos que alcanzan precios altos a nivel local, como tomates, pimientos, zanahorias y cebollas”.

La vulnerabilidad de la agricultura convencional es sumamente clara para los bolivianos. En febrero de 2008, intensas lluvias cayeron sobre el Beni, inundando tres cuartas partes del departamento, destruyendo cultivos y causando unos $90 millones en pérdidas agrícolas. Según un informe de 2011 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la precipitación en la Amazonia boliviana se ha incrementado 15% desde 1970. A medida que ríos como el Mamoré y el Beni se salen periódicamente de sus cauces y devastan campos, miles de campesinos se ven expulsados hacia los barrios pobres de las ciudades. Cientos de personas más se han refugiado en las tierras altas boscosas, donde utilizan la tala y quema para abrir nuevas parcelas, lo que agrava los problemas del cambio climático y las mismas inundaciones que las sacaron de la sabana.

En tales circunstancias, el uso de camellones es una solución potencialmente poderosa. Esto refleja el creciente interés en todo el mundo en el empleo de técnicas agrícolas antiguas para hacer frente a todo, desde escasez de agua, inundaciones e incendios forestales hasta la rápida pérdida de biodiversidad. Los parámetros parecen estar cambiando a medida que los científicos, y en algunos casos los gobiernos, descubren el atractivo de métodos de baja tecnología de otras épocas. Están descubriendo que este tipo de soluciones “primitivas” pueden resultar eficaces y sostenibles sin los inconvenientes de las denominadas técnicas agrícolas avanzadas, tales como las represas a gran escala y el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes, que suelen crear más problemas que los que resuelven.

“Creo que no deberíamos idealizar las sociedades antiguas, algunas de las cuales claramente sobreexplotaron sus recursos naturales”, dice Vernon Scarborough, profesor de antropología y experto en sistemas hídricos a nivel mundial de la Universidad de Cincinnati. “Pero esas sociedades no tenían los medios para alterar de forma masiva e inmediata sus entornos. Así que experimentaron con cambios tecnológicos graduales a lo largo de generaciones. Propagaban lo que funcionaba y, desechando lo que no, a menudo llegaba a soluciones sostenibles que les permitían ser buenas administradoras de sus tierras”.

Los resultados, dice, están a la vista. En las décadas de 1980 y 1990, el gobierno chino revivió la antigua práctica de criar peces en los arrozales, un método que establece una relación simbiótica en que los peces se alimentan de las malas hierbas y plagas que de otro modo devastarían los arrozales. Tan exitoso ha sido el método que una cuarta parte de los peces cultivados en China se crían ahora en arrozales, y el uso de pesticidas y herbicidas en la agricultura arrocera china se ha reducido radicalmente. En la India, en el estado de Rajasthan, se han revivido las antiguas técnicas de recolección de agua de lluvia para hacer frente a la pérdida de aguas subterráneas y la sequía, y otras tecnologías de épocas lejanas están siendo adoptadas en otras partes del mundo.

Scarborough desea que los gobiernos se vuelvan más abiertos a las técnicas tradicionales. Durante más de 35 años ha estado estudiando los estanques naturales y artificiales, llamados aguadas, que van desde 25 metros de diámetro hasta el tamaño de 10 piscinas y fueron utilizados por los antiguos mayas en lo que hoy es México y Guatemala. Diseñadas para captar las lluvias, las aguadas fueron creadas a partir de sumideros y depresiones naturales, o fueron excavadas a mano y luego revestidas con arcilla impermeable, piedra o yeso para evitar filtraciones. Tanques empotrados en sus entradas filtraban los sedimentos, y las hojas grandes y planas de un lirio de agua endémico (Nymphaea ampla) evitaba el exceso de evaporación. Como resultado, los mayas tenían pronto acceso al agua potable y de riego, incluso cuando había poca agua superficial disponible. Utilizaron el sistema de gestión del agua para alimentar a cientos de miles de personas y florecer como civilización desde 400 aC a 900 dC en medio de las sequías periódicas y suelos delgados que desafían a los agricultores en la actualidad.

“Algunos científicos creen que las aguadas podrían ser útiles para el suministro de agua y la seguridad alimentaria en las zonas rurales de América Central”, dijo Scarborough. “Pero los gobiernos no las han promovido. En vez de eso parecen dejarse seducir por la idea de construir enormes represas que alteran tremendamente el paisaje tropical”.

En Venezuela, los indígenas pemón han habitado durante mucho tiempo la sabana del Parque Nacional Canaima y sus alrededores en el estado Bolívar, prendiendo fuego a la hierba en momentos y lugares estratégicos. Esto los ha puesto en conflicto con las autoridades del parque, que creen que la práctica contribuye a la pérdida de hábitat, pone en riesgo especies animales vulnerables y contribuye al deterioro de las cuencas hidrográficas que alimentan la represa de Guri, que suministra más del 70% de la energía de Venezuela. Sin embargo, los científicos que estudian la práctica de los pemón dicen que en realidad están combatiendo el fuego con el fuego.

Al quemar selectivamente porciones pequeñas de la sabana, los pemón crean cortafuegos que, a su vez, detienen incendios más destructivos. Lo hacen con la mayor precisión. Prenden fuego en la hierba solo en las zonas donde el suelo está todavía húmedo por las lluvias recientes y donde los terrenos colindantes, recientemente quemados, aseguran que los incendios no se propaguen. “Quemamos como guardianes de la sabana y los bosques, examinando de cerca dónde quemar y hasta qué punto va a expandirse el fuego”, dijo un anciano pemón a Iokiñe Rodríguez, antropólogo del estatal Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) en Caracas. “Así es como vivimos”.

El fuego tiene también otros usos. Los pemón lo utilizan para comunicarse a través de señales de humo, eliminar serpientes, estimular el crecimiento de los pastos verdes que atraen la caza, e incluso empujar insectos a los ríos y facilitar la pesca.

Rodríguez y otros científicos esperan que las actitudes de las autoridades hacia las prácticas antiguas evolucionen. En la década de 1970, las autoridades venezolanas encarcelaron a miembros de la tribu pemón cuando vieron humo flotando sobre Canaima. En la Australia del siglo XXI, el gobierno recientemente incorporó prácticas de quema similares de los aborígenes en el manejo del fuego. “Hemos estado abogando por un cambio de políticas y estamos empezando a ver mayor tolerancia e incluso apertura entre algunos funcionarios”, dice Rodríguez.

En Bolivia, esa batalla ya ha sido ganada para los camellones. Si los agricultores y los formuladores de políticas tenían alguna duda, las dramáticas inundaciones en el Beni le han puesto fin. Los camellones no sólo protegen a los agricultores de las inundaciones, dice Quiroga, sino que también ofrecen una solución rápida. “Los moxos construyeron estos campos elevados con sus manos durante años”, señala. “Hoy en día, se puede hacer con tractores y maquinaria de movimiento de tierra en una semana”.

Oxfam está considerando extender su proyecto de camellones a la Amazonia colombiana y ecuatoriana, donde hay evidencia de que sistemas similares se utilizaron en la época precolombina. Al igual que en Bolivia, los camellones seguramente se construirían en tierras ya desmontadas para la agricultura, por lo que no habría deforestación.

“Antes, las aguas se llevaban todo y no nos dejaban nada para cosechar”, dice Erminia Guaji Yuco, una madre de 60 años de edad y agricultora en el Beni. “Pero los camellones han sido buenos para nosotros. Los hemos estado utilizando desde hace cuatro años y tenemos plátanos, yuca, papaya, frejoles y pimientos”.

- Steve Ambrus

Contactos
Roger Quiroga
Coordinador de Adaptación al Cambio Climático
Oxfam Bolivia
Bolivia
Tel: +(591 2) 278-8323
Email: rquiroga@oxfam.org.bo
Iokiñe Rodríguez
Antropólogo
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Ivic)
Venezuela
Tel: +(58 212) 504-1727
Email: iokirod@gmail.com
Oscar Saavedra
Director ejecutivo
Amazonia Sostenible
Bolivia
Tel: +(59 17) 281-0711
Email: osaavedraus@hotmail.com
Vernon Scarborough
Catedrático Investigador Distinguido
Universidad de Cincinnati
Estados Unidos
Tel: (513) 556-5776
Email: vernon.scarborough@uc.edu